El mundo de la gerencia de proyectos no es inmune a las tendencias, hasta hace muy poco la agilidad era la moda, muchas conversaciones, artículos, cursos y hasta agrias discusiones se generaron sobre el tema. Pero recientemente, los titulares se los lleva la estrella del momento, la inteligencia artificial, y sus usos, actuales y futuros, en la profesión.
En lo personal trato de ser cauteloso con estos movimientos que tienden a generar una especie de euforia colectiva excesivamente optimista, liderada por expertos, reales y no tanto, que promueven las infinitas bondades y minimizan los riesgos del trend dominante. Aunque los beneficios, así como la transformación, que la IA ha traído y seguirá trayendo a la profesión son innegables, pienso que es importante que también hablemos del lado menos brillante. Y no les hablo de esa imagen cinematográfica en la que las máquinas nos sustituyen y esclavizan a la fuerza, sino del escenario donde dócilmente le cedemos el terreno a la Inteligencia Artificial, incluso en aquellas tareas que deberíamos reservarnos, con una confianza ciega en sus resultados, dejándole los análisis, la guía en los procesos de toma de decisiones, etc., bajo la premisa de que un chat lo puede hacer mejor que nosotros.
Sin ánimo de extraer conclusiones generales de lo particular, déjenme contarles sobre un pequeño experimento que he venido haciendo en mis cursos de postgrado. Ante la evidencia de que los estudiantes estaban utilizando la IA para cumplir con las asignaciones, les pedí que realizaran algunas tareas, por ejemplo, definir y secuenciar las actividades de un proyecto con el que trabajamos en clase utilizando alguna de las herramientas disponibles, ¿los resultados? En gran medida, respuestas que no pasan por revisión ni ajuste alguno por parte del alumno, actividades que se supone debemos hacer al obtener el output que nos ofrece la IA.
Estoy convencido de lo determinantes que son los incentivos que recibimos para moldear nuestra conducta y me pregunto: si al contar con herramientas capaces de absorber una gran cantidad del esfuerzo que realizamos, no nos veremos tentados a delegarle cada vez más, hasta el punto de dejar de pensar por nuestra cuenta. Si Dejamos entrar a la Inteligencia Artificial, sin límites, en nuestro hacer como gerentes de proyectos, es posible que esta no nos sustituya por voluntad propia, que seamos nosotros los que le dejemos el campo libre.
(El borrador de este artículo fue escrito a mano y luego transcrito y editado en un ordenados por una inteligencia humana)
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