Hace un par de años participé en el equipo de levantamiento
de requerimientos y expectativas de un proyecto cuyo objetivo era, a través de
un proceso de capacitación y organización, promover la creación de microempresas
de reciclaje, conformadas por recolectores de residuos que hacían vida en un
relleno sanitario. Conversamos con 110 personas y entre otras cosas les
preguntamos si se consideraban emprendedores económicos, a lo que todos respondieron
afirmativamente, sin embargo, ante la pregunta de si estaban interesados en
poner en marcha sus propias microempresas, solo 6 de los recolectores
respondieron que sí, reportando el resto que preferían ser empleados.
Dado que el proyecto buscaba promover el emprendimiento, y ante
las respuestas de los recolectores a estas dos preguntas claves, seguramente
pensarán que la iniciativa fue reformulada para adaptarse mejor a las
expectativas de los beneficiarios directos. Pues se equivocan, las
organizaciones que impulsaban el proyecto creían firmemente en que "lo mejor" para
estas personas era que se organizaran, se capacitaran y se convirtieran en
microempresarios, por supuesto que el saldo final de emprendimientos
conformados fue igual a cero.
Esta experiencia me permite ilustrar dos elementos que no
podemos pasar por alto a la hora de gestionar un proyecto, en primer lugar
escuchar atentamente a nuestros stakeholders e indagar para conocer su visión
de las cosas y en segundo lugar evitar la heurística del afecto, que puede
llevarnos a cometer errores graves que ponen en peligro el éxito del proyecto.
Evidentemente, la definición que los recolectores tenían de emprendedor económico no estaba relacionada con la idea de tener un negocio propio. Ante
la incongruencia, para el equipo de proyecto, entre las respuestas a ambas
preguntas, indagamos sobre el por qué de estas y lo que encontramos fue que los
recolectores asociaban el término emprendedor a algo positivo sin
necesariamente tener una idea clara sobre su definición, se consideraban
emprendedores simplemente porque “era bueno serlo”.
Los seres humanos asumimos, erróneamente, que todos
compartimos las mismas creencias, ideas y hasta conceptos, si hacemos un
esfuerzo seguramente recordaremos algún episodio en el que conversando
informalmente dimos por descontado que nuestro interlocutor entendía lo que le estábamos
diciendo, nos pasa mucho cuando hablamos sobre temas relacionados a nuestras profesiones y suponemos
por ejemplo que todo el mundo sabe que es el valor ganado o quién fue Gantt,
solo porque nosotros lo sabemos.
Los profesionales en proyectos, como ya lo hemos conversado
con anterioridad, no podemos darnos el lujo de suponer, ya que como seres
humanos abordamos todo desde nuestros mapas mentales. Por suerte contamos con
la invaluable herramienta de la pregunta que nos permite conocer y entender lo
que los stakeholders piensan, creen y esperan de la iniciativa. Dar como un
hecho que todos entendemos la vida de la misma manera y manejamos los mismos
conceptos nos lleva a juzgar y a cometer errores que seguramente terminarán con
el fracaso del proyecto. Preguntemos siempre, no cuesta nada, y escuchemos para
entender, tratando de evitar que nuestros juicios interfieran con la
información que estamos recibiendo.
Tal vez se pregunten qué hace que una organización o persona
siga adelante con un proyecto, una vez que tiene indicios de que es poco
probable que se obtengan los resultados esperados. La heurística del afecto o
sentir especial inclinación por aquellas iniciativas que son afines a nuestras
creencias y valores es una de las causantes, junto a los otros sesgos de los que hemos
conversado con anterioridad, de que tomemos este tipo de decisiones a todas
luces erradas.
Volviendo a nuestro caso, las organizaciones que promovían el
proyecto de las microempresas son impulsoras del emprendimiento empresarial,
considerándolo como la vía al desarrollo y el crecimiento económico. Esta
creencia ¿limitante? cegó a ambas organizaciones ante los resultados obtenidos
en el levantamiento de requerimientos y expectativas y evitó que se tomarán en
cuenta los altos riesgos y costos que acarrearía llevar a cabo el proyecto,
sobre dimensionando unos supuestos beneficios.
¿Cómo evitar ser víctima de la heurística del afecto?
En primer lugar identificando el momento en que al presentársenos una iniciativa relacionada con nuestras creencias la veamos de una manera muy favorable, solo con saber de que se trata y sin tener a la mano información adicional. Esto nos lleva al segundo punto, que no es más que formular y evaluar el proyecto exhaustivamente, generando la mayor cantidad de información posible que nos permita establecer su factibilidad y su relación costo beneficio.
En primer lugar identificando el momento en que al presentársenos una iniciativa relacionada con nuestras creencias la veamos de una manera muy favorable, solo con saber de que se trata y sin tener a la mano información adicional. Esto nos lleva al segundo punto, que no es más que formular y evaluar el proyecto exhaustivamente, generando la mayor cantidad de información posible que nos permita establecer su factibilidad y su relación costo beneficio.
El autoconocimiento es fundamental para el gerente y todo
profesional de proyectos, tener en cuenta que nuestros marcos mentales pueden
afectar la información que recibimos de nuestros stakeholders y que nuestras
creencias pueden hacer que nos relajemos al evaluar un proyecto, es crítico
para no caer en estas trampas de la mente y poner en peligro el éxito de la
iniciativa.
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