Uno de los dramas que enfrentan las organizaciones
venezolanas, en medio de la crisis
hiperinflacionaria, es el de la fuga de talentos, y el ámbito de la
gerencia de proyectos no escapa a esta realidad. En lo personal he sido testigo
de cómo muchos profesionales, certificados y no, han emigrado y ahora lideran o
trabajan en iniciativas, prestan servicios de consultoría y formación o han
emprendido negocios en otras latitudes.
No sé si exista en el mundo un caso similar al venezolano, en
el que la obtención de una certificación como el Project Management Professional o PMP® en muchos casos, que he conocido, fue o es un paso para
emprender la aventura de radicarse en otro país en condiciones laborales
favorables. Y es que ante un mercado poco competitivo e incapaz de ofrecer un
retorno positivo a la inversión necesaria para certificarse, no existen
incentivos para hacerlo y permanecer en Venezuela, al menos no desde el punto
de vista racional.
Ponerlo en números seguramente me ayudará a explicarlo mejor,
sobre todo para mis lectores que no son venezolanos:
Además del tiempo y la dedicación necesaria para certificarnos
como PMP® se requiere, como todos sabemos, presentar
un examen cuyo costo, para no miembros del PMI®, es de 555
dólares americanos.
En Venezuela hay un control de cambio, no se pueden comprar divisas libremente, que ha dado origen a un
mercado paralelo en el que un dólar, en
el momento de escribir este artículo, se transaba en Bs. 235.437,00. Si suponemos
que el candidato a PMP® no es miembro del PMI®, estaría cancelando el día de hoy el equivalente a 130 millones de bolívares, lo que sería
igual a 333 salarios mínimos.
Este profesional certificado podría estar aspirando hoy a un
salario promedio que le permitiría adquirir, también hoy, alrededor de unos 50 dólares, cantidad de divisas que iría disminuyendo, mes a mes, en la medida
en que el bolívar vaya perdiendo su
poder de compra.
Lo que para un profesional en cualquier otra parte del mundo
sería una inversión alcanzable y
rentable, en Venezuela se convierte en un proyecto no factible si el objetivo es permanecer en su mercado
laboral. Además de la dificultad de ahorrar el monto necesario para cancelar el
examen, tomando en cuenta los otros
gastos que tienen que ser cubiertos con el salario, el costo de oportunidad
es realmente elevado, en nuestra economía distorsionada colocar los 555 dólares debajo del colchón nos generaría mayor
rendimiento que invertirlo, adicionalmente con ese mismo monto podría vivirse casi un año sin trabajar, los
incentivos van en el sentido contrario a la certificación.
Los números no pueden ser rebatidos, mientras un PMP® podría
estar ganando cerca de US$ 600
anualmente en Venezuela, en mercados como el colombiano, peruano y mexicano, para no ir muy lejos, su
remuneración anual estaría cerca de los US$
45.000, siguiendo los datos del Project
Management Salary Survey, por lo que el plan de emigrar pareciera ser la
mejor opción en función de maximizar beneficios.
Ante un panorama como este, es muy poco lo que una
organización venezolana puede hacer para retener
a su talento en gestión de proyectos, que haya decidido probar suerte en
otros países. Es paradójico que en un momento en el que lo que abundan son las
necesidades en Venezuela, génesis de
todo proyecto, estemos “exportando”
al talento que nos permitiría satisfacerlas profesionalmente. Lo que nos queda
es pensar que muchos de esos profesionales que hoy se van, por razones muy
válidas y que no solo tienen que ver con las finanzas, regresarán cuando todo
esto pase, porque va a pasar, con la experiencia y el aprendizaje que
seguramente les habrá dejado el trabajar gestionando proyectos más allá de
nuestras fronteras, para aportar a esta
iniciativa llamada Venezuela.
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