Agilidad por decreto

 


A veces pareciera que hay quienes piensan que con una simple declaración nuestros equipos serán de alto rendimiento, auto – organizados, nuestros líderes serán de servicio y nuestra organización girará en torno a los clientes.

Que pasaremos de una estructura vertical a una horizontal y que por arte de magia nos deslastraremos de un sistema fundamentado en el control y que nos enseña, desde nuestra primera infancia, que tenemos que ser perfectos, que no podemos equivocarnos porque seremos castigados, que nos califica para determinarnos y no para mostrarnos una oportunidad de aprendizaje.

Ojalá fuese tan sencillo, que quienes hablan con tanta ligereza sobre transformación y “des- aprender” tuviesen la razón. Que con el simple decreto de algún “autócrata” organizacional, que en muchos casos es ajeno al entorno donde pretende que se realice el cambio, fuese suficiente, los equipos no estarían sometidos a un estrés innecesario y las personas que los conforman sufrirían menos.

Conversando con un equipo que lidera, porque les tocó, un proceso de transformación ágil, ordenado desde casa matriz, en una transnacional les pregunté si en esa organización existía el espacio para experimentar, para equivocarse, si ellos estaban dispuestos a exponerse, a pedir ayuda sin el temor a ser mal vistos….y la respuesta fue no.

Este tipo de experiencias me recuerdan a las tan criticadas “recetas económicas” que los organismos multilaterales exigían cumplir a los países en desarrollo, por allá en los años 90, a cambio de financiamiento externo que promoviera el crecimiento y el desarrollo. Estándares que dejaban de lado las particularidades, que asumían que actuábamos como robots racionales y que en la mayoría de los casos fracasaron.

Por supuesto que el cambio, la transformación de nuestras organizaciones es posible, que podemos ser más ágiles, pero, debemos partir de entender qué es lo que esto significa, entender nuestro entorno, reflexionar sobre qué hemos estado haciendo y cómo lo hemos hecho, crear las condiciones, como responsabilidad del liderazgo, para que suceda y realmente poner a las personas en el centro, no solo a quienes nos compran, también a quienes nos acompañan y por sobre todo entender que es un proceso, que requiere esfuerzo, que no pasa de la noche a la mañana, que declararlo es importante, pero, no es una condición suficiente.

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La gestión de proyectos y el valor de marca

 


¿Contratarían la gestión de sus proyectos a una empresa reconocida por entregar con retraso, modificar el alcance del producto y excederse de lo presupuestado, tomando en cuenta además que sus servicios son más costosos que la media del mercado? La respuesta, al menos racional, es no.

En un mundo competitivo y en crisis, una empresa con estas características perdería terreno a una velocidad inversamente proporcional al tamaño de las barreras de entrada en su sector. Y es en este punto donde invertir en la profesionalización de la gestión de proyectos, más allá de sus beneficios ya conocidos, se convierte en un mecanismo diferenciador que podría permitirle a una empresa, basado en los resultados obtenidos, posicionarse como un jugador clave en su mercado.

Comparto con ustedes un ejemplo: la empresa de unas personas cercanas, cuyo sector de actividad me reservaré, presta el servicio de gestionar proyectos para sus clientes, en el último año han visto aparecer en su mercado a un sin número de competidores que sin la necesidad de contar con la estructura empresarial que ellos han establecido y en la que tienen trabajando cerca de 20 años, los han venido desplazando, incluso arrebatándoles clientes que tradicionalmente estaban en su cartera.

¿Cuál es el problema de esta empresa? Que la gestión que hacen de los proyectos de sus clientes, su principal servicio, no es profesional, la informalidad llega a tal punto que ni siquiera existen contratos y los acuerdos se realizan de palabra “porque siempre lo hemos hecho de esta manera”, como consecuencia se presentan situaciones como la comentada en el primer párrafo del post.

Aunque los clientes, por lo general, no están interesados en los procesos sí lo están en que les entreguemos sus productos a tiempo, con las características y el costo acordados y si esto último sucede contaremos seguramente con embajadores de marca que nos recomendarán y el costo de nuestros servicios pasarán a un segundo plano, tomando en cuenta nuestra capacidad de cumplir con lo que prometemos.

En caso contrario tendremos que asumir el impacto en la reputación de nuestra marca y el costo asociado que puede traducirse en el achicamiento de nuestra cuota de mercado incluso poniendo en riesgo la supervivencia del negocio.

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